sábado, 2 de marzo de 2013

EL CRISTO ETERNO (2ª parte)

 
ESTUDIO SOBRE CRISTOLOGÍA
ESTUDIO 2B
EL CRISTO ETERNO (2ª parte)

3.3. El Logos en los escritos de Juan. El título Logos se atribuye a Jesús, el Logos hecho carne. Para Cullmann este título carece de la importancia de otros por haberlo citado solamente uno de los apóstoles y casi al final de su vida como fruto de una reflexión teológica, pero no pertenece a los “logion” o “ipsissima verba” que para él constituyen valor esencial por ser dichos de Jesús. Pero esto nos llevaría a una discusión sobre la tradición apostólica y la inspiración y este no es el momento y lugar apropiados.
Aparte de los textos donde explícitamente aparece el término Logos referido a Jesús, en el estudio del evangelio de Juan nos apercibimos de la importancia del vocablo Logos en el sentido de “palabra anunciada y pronunciada”, en el uso corriente de la misma y también como ésta se relaciona con Jesús. Logos puede significar “palabra concreta percibida por el oído” (Jn.2:22, 19:8) o tener un sentido teológico que exige comprensión (Jn.8:31, 51, 5:24). La “palabra” es idéntica al Kerygma (Jn.5:37, 17:14), la verdad por excelencia (Jn.17:17). Luego pasa de la verdad predicada por Jesús a ser él la verdad encarnada (Jn.14:6). Es de suma importancia observar cómo en el prólogo del evangelio, Juan pasa inmediatamente del Logos preexistente y eterno, el ser del Logos, a la función que desempeñó al encarnarse (Jn.1:14). Con ello, las Escrituras se anticipaban a la herejía arriana que concebía el Logos como una creación exnihilo (de la nada) o a Orígenes que suponía que era una emanación. El título Logos en Juan nos lleva a la idea de Dios revelándose en la persona de Jesús, cuyo origen se remonta al A.T. como hemos visto anteriormente. En 1ª Juan 1:1, Cristo no es simplemente el Logos, como en el evangelio, sino el Logos de Vida y en el Apocalipsis, en su manifestación final igualmente reveladora, se le llama el Logos de Dios (Ap.19:13). Estamos, pues, ante una concepción cristiana plenamente coherente con el pensamiento global de las Escrituras, a pesar de su corto desarrollo novotestamentario y a partir de un solo autor. Pero es indispensable para que comprendamos la relación entre la existencia eterna de la segunda persona de la Trinidad y su encarnación. Cuando dice “En el principio era el Verbo”, recuerda las primeras palabras del Génesis con las que establece una analogía. En el primer libro de la Biblia, la frase “Dios dijo” aparece repetida ocho veces y en Juan se resume en una sola Palabra, única. La Palabra que había creado el universo material, aparece ahora como la originadora de un nuevo cosmos moral. La segunda frase “el Verbo era con Dios”, no solamente junto a Dios, sino en un movimiento constante hacia Dios en plena comunión en el amor de las personas de la Trinidad. La última parte del versículo debe leerse así: “y Dios era el Verbo”, una conclusión realmente anonadadora en sí misma. Dice Bonnet: “No hay nada que explicar en esta declaración solemne; no hay más que recibirla en toda la plenitud de su significado; atribuye a la Palabra todos los caracteres y todas las perfecciones de la esencia divina. Es verdad que aquí la palabra Dios no tiene artículo, de que está habitualmente precedida; esta omisión se imponía, ya porque el vocablo desempeña en la frase el papel de atributo, ya sobre todo porque escribiéndola con el artículo, Juan habría identificado la Palabra y Dios, y borrado la distinción que acababa de hacer al decir: <la palabra era con Dios>. Hay algo de majestuoso en la gradación de las tres sentencias de este versículo, la primera de las cuales enseña la preexistencia eterna de la Palabra, la segunda su relación única con Dios, la tercera su divinidad” (9).
4. Cristo, el Hijo de Dios
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El título no se usa en la Biblia solamente con referencia a Jesucristo. Se emplea también para designar a otras personas. Sin embargo, cuando se trata de Jesucristo lo hace de una forma única ya que alude a la majestad divina de Jesús y caracteriza la relación existente entre la primera y la segunda persona de la Trinidad. Los teólogos que huyen de la definición dogmática de la identidad de naturaleza y sustancia entre el Padre y el Hijo, niegan que de este título se desprenda tal enseñanza y lo máximo que llegan a admitir, en el mejor de los casos, es que Jesús era divino sin explicar el sentido de este término. Sostienen dicha negación porque consideran que tanto los textos de Juan como los de Hebreos son una reflexión cristológica de la iglesia primitiva y como tal, en la práctica, no le otorgan la misma autoridad que tendría si el Señor Jesucristo se hubiera designado a sí mismo Hijo de Dios. Pero un estudio de estas cartas en igualdad de condiciones con los otros libros canónicos y lo que enseña cada libro es una parte que tiene que verse en el conjunto de toda la doctrina bíblica; la conclusión lógica es que el título Hijo de Dios expresa la esencia o naturaleza de la segunda persona de la Trinidad. Además, considerando como modismo hebreo, la expresión “hijo de” indica participación de la misma naturaleza de la cosa u objeto que se designa como, por ejemplo, cuando a un mentiroso se le llamaba “hijo de mentira”. En el mismo sentido, la expresión Hijo de Dios, quiere decir que el Hijo es Dios, y no solamente divino.
4.1. El “Hijo de Dios” en el paganismo. El origen de la noción hay que ir a buscarlo a las antiguas religiones de Oriente, donde los reyes eran considerados como seres engendrados por los dioses. Podemos comprobarlo tras un examen de las creencias más antiguas, como la de Egipto donde los faraones a partir de la V dinastía añadieron a su propio nombre el título de “hijo de RA”, divinidad venerada en la ciudad de Heliópolis en las cercanías de la actual El Cairo. En sentido parecido hay evidencias de lo mismo en Asiria y babilonia aunque en menor intensidad. En cuanto a Roma, en la época del N.T. a los emperadores se les confería el título de “divi filius”. Y en Grecia, los monarcas también recibían este título, pero no de manera exclusiva, puesto que las gentes a las que se atribuían fuerzas divinas, eran llamados “hijos de Dios” juntamente con los taumaturgos (personas admirables por sus obras prodigiosas). En el primer siglo de nuestra era se podían encontrar hombres que, en virtud de una particular vocación o por sus fuerzas sobrenaturales, se apodaban a sí mismos “hijos de Dios”. Cuenta Orígenes que en Siria y en Palestina se podían hallar personas que decían de sí mismas: “Yo soy Dios, o hijo de Dios, o espíritu de Dios, yo os salvo” (10). Según C.H. Dodd, estos últimos serían cristianos exaltados.
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Aunque aparentemente se pueda establecer una analogía con el título aplicado a Jesús, tal como lo presenta el N.T. es imposible, porque en todas las religiones la noción es politeísta y difícilmente se puede traspasar al monoteísmo. Los taumaturgos carecían de la conciencia de cumplir con un plan divino o de una voluntad unida al Dios único, aspecto que sí vemos en Jesús. Los iniciados en los misterios griegos podían llegar a ser “hijos de Dios”, pero su carácter es distinto al del Evangelio, porque éste presenta a Jesús como el Hijo de Dios en un sentido estricto, exclusivo y limitado.
4.2. El “Hijo de Dios” en el Antiguo Testamento. El título se usa de tres modos distintos: a) A la totalidad del pueblo de Israel se le llama hijo de Dios (Ex.4:22, Dt.14:1, Os.11:1, Is.1:2, 30:1, 45:11, 63:16, Jer.3:22, 31:20, Sal.82:6, Mal.1:6). Algunos de estos textos no dicen explícitamente que Israel es hijo de Dios, pero presentan a Dios como Padre, y no en sentido genérico, sino muy especial. Expresan, además, la idea de que Israel es el pueblo escogido de Yahvéh para una misión particular y él reclama para sí toda la obediencia. b) A los dirigentes como representantes del pueblo se les llama hijos de Dios (2 S.7:14, Sal.2:7, 82:6, 89:27). Aunque Sal.2:7 tiene un sentido mesiánico, no se descarta que la interpretación primaria tenga que ver con un rey. “Y según este sentido literal, entiendo esta diferencia entre David y Cristo, que David fue engendrado hijo de Dios el día que Dios lo ungió por rey, y que Cristo fue engendrado hijo de Dios ab initio et ante secula” (11). La función de gobierno ejercida por los reyes y los jueces tiene en sí el atributo de juzgar que pertenece a Dios delegando en los tales la misión. c) A los ángeles se les llama hijos de Dios (Job 1:6, 2:1, 38:7, Sal.29:1, 89:6, Dn.3:25, 28). Algunos autores incluyen también en esta lista Gn.6:2, pero como una idea mítica. Lacueva, que cita al rabino Hertz, dice: “la explanación mitológica de este pasaje ha sido siempre rechazada por un grandísimo número de comentaristas, tanto judíos como no judíos y se trata de una leyenda ajena al pensamiento hebreo” (12). En contra de la interpretación de ver en los hijos de Dios de Gn.6:2 a ángeles caídos, es preferible traducir beney elohím, “hijos de los dioses”, es decir, de los potentados o reyes.
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Por lo que hemos visto, parece que el A.T. salvo Sal.2:7, no aplica al Mesías el título de Hijo de Dios; tampoco lo hace la literatura apócrifa judía; sin embargo, no se puede descartar por la vinculación de dicha expresión a la realeza. Porque la identificación entre el Mesías y el Hijo de Dios es propia del Nuevo Testamento.
4.3. El título “Hijo de Dios” atribuido a Jesús. En el debate teológico la primera pregunta que surge es si se consideró a Jesús a sí mismo Hijo de Dios. Algunos responden que se trata de la aplicación hecha por la iglesia primitiva gentil influida por el helenismo (Bousset y Bultmann), o de la reflexión del cristianismo primitivo a partir del A.T., incluidos los textos joaninos (Cullmann).
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Partiendo de los sinópticos se menciona por primera vez en el bautismo de Jesús (Mt.3:17, Mr.1:11, Lc.3:22), seguido por el relato de las tentaciones (Mt.4:3-36, Lc.4:3-9) en que al principio de cada tentación introduce la frase “si eres Hijo de Dios”). Observamos que en algunos de los pasajes de los evangelios, Satanás usa a los discípulos para evitar a toda costa que Cristo vaya a la cruz, rehuyendo el sufrimiento e instándole a ser el Mesías político de acuerdo con la idea judía forjada durante siglos. Pero he ahí que Jesús rechaza esta concepción diabólica del Hijo de Dios que está emparentada con la helénica de los taumaturgos. Satanás le conmina a que haga grandes prodigios al estilo de aquellos, pero no entraba en los objetivos del Hijo al encarnarse. Así que, en contra de Bousset y Bultmann, los sinópticos están muy lejos de la idea helénica cuando nos presentan a Jesús como el Hijo de Dios. No es el taumaturgo al que hay que otorgarle el título por los milagros que hace, sino en tanto ha venido para realizar una misión en obediencia al Padre que se conecta con el Siervo Sufriente, pues él ha venido para sufrir por los hombres de manera vicaria. Esto se hace patente en otros pasajes donde se le llama Hijo de Dios (Mt.14:33, 16:16, Mr.9:7, 11:27, 15:39).
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Otro título que va conectado con este es “Santo de Dios” para indicar la situación excepcional de Jesús, puesto aparte respecto a las criaturas (Mr.1:24, Jn.6:69). En este último versículo, la RVR60 sigue el texto recibido (Receptus), pero en los mejores manuscritos (A, B, C, etc.) se lee el “Santo de Dios” en lugar de “el Hijo del Dios viviente”. Como complemento al punto 2.2 en que vimos como Jesús tenía plena conciencia de ser Hijo de Dios de manera exclusiva al llamar Padre a Dios, continuamos examinando el evangelio de Juan, donde destaca, en primer lugar, la relación que guarda el título Hijo de Dios con el de Logos. Jesús ha venido para revelarnos al Padre (Jn.1:18) y a cumplir su misión en perfecta obediencia a la voluntad del Padre (Jn.4:34, 5:30), en una igualdad de colaboración para la tarea divina (Jn.5:17). Tiene que hacer las obras de Dios (Jn.9:14), como resucitar muertos (Jn.11:41). El Hijo es dado para la salvación del mundo (Jn.3:16), su acción y enseñanza son inseparables (Jn.8:28, 7:16). La suya no es una vocación como la de los profetas (Jn.5:19-20), él ha venido de Dios (Jn.8:42, 16:28) y todo lo que hace es el Padre que obra (Jn.8:16, 16:32). En cuanto a la humillación del Hijo, el Padre es mayor, porque de lo contrario no haría las afirmaciones (Jn.10:30, 38, 8:56) que los judíos tildaron de blasfemas (Jn.10:36). Para probar que Jesús está en lo cierto de sus aseveraciones no se puede buscar el testimonio de ningún hombre, sino de Dios solamente. Hay que conocer al Padre y hacer su voluntad (Jn.7:17) y ver las obras de Jesús (Jn.10:37 y ss.). De esta manera es posible testificar también (1 Jn.4:14-15).
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El apóstol Pablo también alude al título Hijo de Dios en sus escritos aunque menos profusamente que Señor. El Hijo vino a cumplir un plan para redimir al mundo (Ro.8:32) y al igual que los sinópticos, el Hijo tiene que morir, idea extraña al helenismo. Con el propósito de rescatarnos, Dios ha enviado a su Hijo (Ga.4:4). Por la muerte de su Hijo somos reconciliados (Ro.5:10) y la salvación se consumará con el retorno del Hijo (1 Tes.1:10). Somos llamados a la comunión con el Hijo (1 Co.1:9) a cuyo reino hemos sido trasladados (Col.1:13) y el creyente va a ser semejante a él (Ro.8:29). En la consumación escatológica el Hijo mismo se sujetará al Padre (1 Co.15:28), un versículo que Cullmann considera la clave de toda la Cristología del N.T. Es importante señalar que la declaración “Jesús es el Hijo de Dios”, vino a ser una de las primeras formas de confesión de fe de la iglesia primitiva, recogida por Pablo en Ro.1:4. Posiblemente se usaba en la más antigua liturgia del bautismo (Hch.8:26-38), aunque puede ser una adición posterior a este texto.
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Aparte de Juan, donde más se menciona el título “Hijo de Dios” aplicado a Jesucristo es sin duda en la carta a los Hebreos, dejando constancia explícita que el Hijo es Dios (He.1:8). Además es la culminación de la revelación divina (He.1:2) y va asociada a la idea del Sumo Sacerdote (He.4:14). De la misma manera que los sinópticos, trata de la obediencia, la cual no está reñida con la clara concepción de la Deidad (He.5:8). La comparación entre el sacerdote-rey y el Hijo es digna de tomarse en consideración (He.7:3). En cuanto al resto del N.T. sólo se usa el título de manera esporádica, ya que aparece una sola vez en Apocalipsis (2:18) y dos en Hechos (9:20, 13:33).
5. Cristo, Dios eterno
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Ya hemos demostrado en el punto 2 la divinidad de Jesucristo. Ahora corresponde averiguar si explícitamente en el N.T. a Jesús se le da el título, es decir, se le llama Dios. Ésta es una cuestión que no solamente se comprueba con el examen de este título, sino que también está implícito en otros: Señor, Verbo, e Hijo de Dios. O como lo expresa Cullmann en una magnífica frase: Jesús es Dios como soberano presente, que desde su glorificación rige la Iglesia, el universo y la vida de cada individuo (Kyrios); es Dios como revelador eterno, que se comunica a sí mismo desde el principio (Logos); es Dios, en fin, como aquel cuya voluntad y acción son perfectamente congruentes con las del Padre, del que proviene y al que vuelve (Hijo de Dios)” (13).
5.1. El título Dios en los evangelios. Los sinópticos guardan absolutamente silencio, no llamando de manera explícita “Dios” a Jesús en palabras de los discípulos o en boca del mismo Jesús. El único evangelista que lo menciona es Juan en su evangelio (1:1, 1:18, 20:28) y en la primera de sus cartas (5:20). Independientemente de las consideraciones sobre el último capítulo del evangelio de Juan, que algunos sostienen que es un añadido posterior – ya que el evangelio estaría enmarcado entre dos declaraciones de su divinidad y el objeto sería conducir a los lectores a la fe en Jesús -, la claridad y la forma rotunda de decirlo excluyen la posibilidad de cualquier impugnación que se quiera hacer, como por ejemplo, que era “divino”, pero ya hemos expuesto más arriba que 1:1 no admite otra traducción que la que figura en la introducción de este artículo. En cuanto a la confesión de Tomás, si tenemos presente que fue hecha por un judío es igualmente incontrovertible. Punto y aparte necesita 1:18 porque no todos los manuscritos hacen la misma lectura que se ha traducido en RVR60 por “Unigénito Hijo”, siguiendo manuscritos griegos tardíos, latinos y el Curetoniano siríaco de menor autoridad, sino que los más antiguos como el Sinaítico, Vaticano y Efraemi Rescrptu tienen la variante “Dios”. Sin duda, algún copista debido a la dificultad de interpretación cambió una lección por otra, pero el criterio de la Crítica Textual es aceptar siempre la lectio difficilior y de ahí que el texto griego de Nestle la haya incluido (14). En cuanto a 1 Jn.5:20, después de mencionar a Jesucristo pasa inmediatamente al uso del pronombre este y no puede referirse a otro más que a él, según la construcción de la frase y entendida en su sentido gramatical. Junto a los textos joaninos, la carta a los Hebreos viene a probar que a Jesús se le llama Dios de manera explícita. En 1:8 se emplea el vocativo ¡Oh Dios! Tomado de una cita del salmo 45.
5.2. El título Dios en el resto del N.T. Para expresar que Jesucristo es Dios, el apóstol Pablo usa principalmente el título Señor en lugar de Dios, que lo hace en menor medida. No obstante, no por eso dejan de ser significativos los textos donde explícitamente se le llama Dios, como por ejemplo en Fil.2:6, “siendo en forma de Dios” o en Col.1:15 “imagen de Dios”, así como en Col.2:9, “habita corporalmente la plenitud de la Deidad”. De una manera directa se le da el título de Dios en Ro.9:5. Pero este texto es susceptible de ser traducido de dos formas: la primera, de la misma manera que en las versiones habituales, colocando la coma después de carne. Pero si en lugar de coma ponemos punto, la frase en la que se halla el término Dios es gramaticalmente independiente del título Cristo. En este segundo caso nos encontraríamos ante una doxología como las que usa Pablo cuando llega al culmen de sus razonamientos y entonces se dirigiría a Dios el Padre y no a Cristo, quedando así la lectura: “Dios que está sobre todas las cosas, sea alabado por siempre” (15). Nadie está en su derecho de preferir una u otra lectura por razones teológicas o por prejuicios sectarios, como el caso de los Testigos de Jehová. Sin embargo, la segunda lectura no parece la más aceptable a la luz del contexto y de las doxologías de Pablo que tienen una construcción gramatical diferente: empiezan por el atributo (Ef.1:3), mientras que aquí lo haría por el sujeto; además la frase “sobre todas las cosas” es más comprensible si se aplica a Cristo y el razonamiento concluye de forma natural. A pesar de algunas objeciones de origen sectario, en Tito 2:13 se le llama también de manera clara y explícita Dios determinado por el mismo contexto. No podemos decir lo mismo de 1 Ti.3:16 donde el término Dios es suplido, aunque evidentemente se refiere a Jesucristo. Una construcción gramatical parecida a Tito 2:13, la tenemos en 2 P.1:1, en que aparecen los títulos de Theos y Soter juntos atribuidos a Jesucristo (Cf. 2P 1:11, 2:20, 3:2, 18).
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Hemos dejado para el final Hch.20:28 debido a las variantes existentes. Hay una lección que coloca Theos después de ekklesía y otra que emplea Kyrios, a la que sigue RVR60, amén de combinaciones de menor valor textual. Sin embargo, en la actualidad la mayor parte de comentaristas y eruditos se inclinan por Theos como lectio difficilior. Se ha explicado el cambio de Dios por Señor para evitar la apariencia de patripasianismo. Sin embargo, la frase “la iglesia de Dios” aparece en los manuscritos más antiguos como el Sinaítico, Vaticano, once minúsculos, varias versiones y algunos Padres de la Iglesia. Por otro lado, Pablo no escribe jamás la “iglesia del Señor”, sino que las once veces que tenemos esta frase en sus escritos leemos la “iglesia de Dios”. Pero es posible que Lucas al escribir el discurso de Pablo hiciera este cambio, aunque es una conjetura. Lo más probable es que se trate de un cambio introducido por uno o varios copistas a tenor de las variantes existentes. La lectura “la iglesia de Dios” ha sido adoptada por los recopiladores del texto griego, Wescott y Hort, Weis y Nestle.
Conclusión
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Hemos empezado la elaboración de nuestro estudio a partir de la preexistencia de Cristo, remontándonos a la eternidad, en la que se ha dado en llamar “Cristología descendente”. De esta manera nos hemos acercado al Cristo eterno y a través de la Escritura contemplando su divinidad, igual al Padre en esencia, pero distinto en persona. Por medio de tres títulos – Verbo, Hijo de Dios y Dios – hemos subrayado de nuevo lo que en Calcedonia se definió como “perfecto en la divinidad… Dios verdaderamente… consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad; engendrado del Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad… uno solo y el mismo Hijo unigénito, Dios Verbo Señor Jesucristo”. Para nosotros es motivo de dar gracias a Dios por tener tal Salvador porque podemos confiar plenamente en él, no solamente en cuanto a la salvación y el perdón de pecados que hemos recibido, sino porque toda nuestra vida descansa segura, si permanecemos en él como el pámpano está unido a la vid y también podremos llevar mucho fruto. Cuando la persona de Jesucristo está siendo cuestionada, precisamente en los puntos esenciales que hemos desarrollado en este artículo, podremos hacer uso de él para la apologética y el testimonio, dando razón de nuestra esperanza a todo el que nos la demande (1 P.3:15).

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