miércoles, 6 de marzo de 2013

Hablando con Dios

Salmos 68:6a
Domingos atrás, antes que comenzara el culto de nuestra iglesia, llegó una mujer joven con unos cuantos niños, ellos saludaron de manera respetuosa a los asistentes, y juntos se sentaron a escuchar la prédica de ese día…
Aparentemente esta historia no tiene nada de extraordinario, pero si consideramos que los niños son de diferentes edades, razas, y que todos ellos le dicen a esta mujer joven “Tía”, entonces, el panorama cambia, y nos entra la curiosidad de saber ¿cómo así tantos sobrinos?
Y la respuesta es muy sencilla, esta hermana en la fe no es casada, pero Dios le ha dado la bendición de ser tía de algunos niños y niñas que han sido rescatados de las calles de Guayaquil. Ella vive con ellos en una fundación para niños desamparados y vela por ellos como si fueran sus propios hijos, no en vano una de las niñas le dice que ella es su mamá.
Este hermoso cuadro, el mismo que he visto repetirse algunos domingos en nuestra iglesia, me llevó a recordar que Dios nunca nos desampara, siempre tiene a alguien en esta tierra que se preocupa por nosotros, que nos cuida; no en vano Jesucristo dice en Su Palabra: “¿No valéis vosotros mucho más que las aves? (Lucas12:24b)
Y si valemos más que las aves, es una realidad que siempre estaremos bajo el amparo y protección de nuestro Dios.
Es que cuando entregamos nuestras vidas a Dios, inmediatamente venimos a ser hijos de Él, llegamos a tener una nueva identidad; una identidad mucho más valiosa que la que teníamos antes. Ahora tenemos un nombre que está escrito en el Libro de la Vida, y juntos con todos los salvados venimos a ser ¡una gran familia!
¡Qué hermosa y alentadora realidad!: “Porque aunque mi padre y mi madre me hayan abandonado, el Señor me recogerá.” (Salmos 27:10)
Actualmente, gracias a esta fundación que rescata niños de la calle, y el deseo de esta hermana en la fe de cuidar de ellos, cada niño que acude a este lugar tiene un techo, comida, y lo que es más importante el amor de Cristo reflejado en el accionar de cada uno de los miembros de ese lugar.
El domingo que pasó me dio gusto ver a estos niños en la iglesia, pues observé sus rostros llenos de felicidad, seguros de que esa “Tía” los ama con el amor de Jesucristo, ese amor que excede a todo conocimiento; esa Tía vela por ellos en el aspecto espiritual y material; esa Tía no los va a dejar, pues, el amor de Cristo que es el que ella posee, nunca abandona, sino que cuida y protege.
Y es que esta amada Tía comprende que ella es un instrumento que nuestro Señor utiliza para que la promesa escrita en Su Palabra se cumpla:
“Dios hace habitar en familia
a los desamparados…”
(Salmos 68:6a)
¡Dios lo bendiga!

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